(As) Decidido. Jose Mourinho abandona el Chelsea a finales de esta temporada. No va a haber nada ni nadie que le convenza de lo contrario, porque durante los últimos meses se han acumulado los enfrentamientos con Roman Abramovich y otros directivos y el portugués siente que es el momento de cambiar de aires."No sabe dónde va a ir la temporada que viene, pero en el Chelsea no seguirá", dice uno de sus asistentes. De momento, no lo confirmará, ni desmentirá.
Ayer, en una airada rueda de prensa, inició sus ni-sí-ni-no que va a repetir durante los próximos meses: "Mi posición no es importante. Lo importante es el Chelsea, no yo", afirmó para, a continuación, quejarse del poco caso que le están haciendo durante el mercado invernal. "He pedido jugadores y no decido yo que nadie vaya a venir. La información que tengo es que no vamos a fichar a nadie y si eso es así, tampoco se va nadie".
Mourinho quería a Micah Richards, el joven lateral derecho del City, y a un delantero, Defoe del Tottenham, y desprenderse de Shevchenko y Wright-Phillips. Pero el club le ha cerrado el grifo: se considera que en verano se gastaron 103,6 millones de euros y que fue decisión del entrenador tener una plantilla corta, coja arriba y abajo. Además, desde este verano la opinión del entrenador es la última a la que se consulta para realizar fichajes: tienen más peso Frank Arnesen (secretario técnico) y Peter Kenyon. Y hasta Abramovich: se ficharon a Michael Ballack y Shevchenko por iniciativa de éste. Un futbolista del Chelsea se preguntaba el año pasado para qué se fichaba al alemán (al que se le consideraba un divo con excesos histriónicos y con poca capacidad de trabajo) si ya se tenía a Lampard. El descontento y la falta de discreción de otro hicieron que llegara a la Prensa el malestar entre algunos de los pesos pesados del vestuario por la selección automática de Ballack. Sin embargo, ese y otros conflictos los vivió Mourinho con cierta distancia: desde el otoño se le ha visto por el campo de entrenamiento de Cobham serio, perdido en sus pensamientos. "Nos habla menos", dice uno de sus futbolistas preferidos. El propio portugués ha admitido que el verano pasado quiso irse: temía que algunos de los problemas incipientes en el club acabaran, como así ha ocurrido, por corromper la magnífica atmósfera que había creado. Abramovich quiere un fútbol más atractivo. El estilo agresivo del portugués choca con las ideas de Kenyon y del presidente, Bruce Buck, que pretenden hacer universal al Chelsea a partir de valores más vendibles. Todo ello se suma al sueño de Mourinho (dos títulos en Portugal, tres en Inglaterra, dos en Italia o España y hacer campeón del mundo a Portugal en 2014): para ello, hay que cerrar el ciclo en Londres.
Mourinho creía que le sobraba Ballack pero decidió un cambio táctico para acomodarle al once titular: un 4-4-2 con un extremo y un delantero centro, Robben y Drogba. Pero al llegar Shevchenko, un ariete al que el portugués veía en declive y falto de la velocidad necesaria para la Premier se le fastidió la idea. Mou sintió perder poder, Ballack, se creyó engañado y Lampard, receloso. El principio del fin.
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