Más allá del resultado, más allá de los tres goles de Villa e inclusive más allá del juego desplegado por momentos brillante en la segunda mitad, lo que más me sorprendió de España fue la actitud que posó sobre el terreno de juego. Resultaba un tanto extraño ver a España jugar anoche sobre el terreno de juego. Parecía otra selección. Parecía una Alemania o Francia de la vida. Un equipo serio, que sabe a lo que juega y que hasta con cierto porcentaje de suerte es capaz de intimidar al rival como pocos lo saben hacer. Rusia jugó bien, fue un rival digno, pero se fue a su hotel pensando qué narices había hecho tan mal para merecer tanto castigo. En absoluto Rusia jugó como para acabar goleada, pero finalmente, fue goleada, y eso, el intimidar y dejar la sensación a tu rival de no haber hecho tanto como para terminar tan herido, es lo que diferencia a los equipos grandes de los pequeños. A las selecciones que ganan de las que caen en cuartos.
Y ahora sí, es conveniente de nuevo echar el freno. No debemos crear la euforia desmedida que tendemos a crear entre todos cuando un partido nos sale bien. Es cierto que la actitud, no ya el juego insisto, fue espléndida. España tuvo la certeza de tener todo bajo control y ninguno que viera el partido podría imaginar que el combinado nacional no supiera realmente que estaba haciendo. Es cierto, sí, España se adaptó a la forma de jugar de Rusia en lo que significa la mejor noticia del partido, pero no debemos lanzar ninguna campana al vuelo. Son tres puntos y era Rusia. Todo esto, sobre el papel precioso y casi pintado de colores fosforitos, ha de demostrarse cuando Italia, Francia u Holanda estén enfrente, en los ya fatídicos cuartos de final que no somos capaces de superar desde el 84. Hay motivos para creer pero no debemos caer en la euforia desmedida que siempre consigue que seamos los más desgraciados del mundo.
Eso sí, si España juega como jugó anoche, con espacios, al toque rápido y vertical, y caemos ante Italia en cuartos, no habrá reproches. Porque habremos sido nosotros mismos y por una vez en la vida volveremos a casa con la moral alta. Por una vez. Ni robados ni desgraciados, simplemente perdedores en un juego en el que hay que ganar y hay que perder para saborearlo en toda su magnitud. El partido dejó todas las lecturas que uno pueda querer hacer, sin embargo me gustaría centrarme en los aspectos más negativos. Por un lado Marchena, por momento Marchenov, ya que su ineptitud para sacar el balón jugado se transformó en pases dificultosos a Casillas y en numerosos regalos de balón. Estuvo notable en defensa y al corte pero jamás hay que darle al balón a Marchena. Las transiciones defenas-mediocampo son lentísimas con él y corremos peligro de sufrir ante un equipo mejor que Rusia. Por otro lado hay que destacar el mediocre partido de Ramos, superado siempre por Zhirkov y Bilyaledtinov. Y finalmente, las jugadas a balón parado, donde sufrimos mucho más de lo debido. En definitiva, destacable juego y encomiable actitud, una actitud que suele llevar lejos. Eso sí, no debemos desatar la euforia ya que es una enfermedad como la peste, y corremos peligro de morir por el contagio.
Y ahora sí, es conveniente de nuevo echar el freno. No debemos crear la euforia desmedida que tendemos a crear entre todos cuando un partido nos sale bien. Es cierto que la actitud, no ya el juego insisto, fue espléndida. España tuvo la certeza de tener todo bajo control y ninguno que viera el partido podría imaginar que el combinado nacional no supiera realmente que estaba haciendo. Es cierto, sí, España se adaptó a la forma de jugar de Rusia en lo que significa la mejor noticia del partido, pero no debemos lanzar ninguna campana al vuelo. Son tres puntos y era Rusia. Todo esto, sobre el papel precioso y casi pintado de colores fosforitos, ha de demostrarse cuando Italia, Francia u Holanda estén enfrente, en los ya fatídicos cuartos de final que no somos capaces de superar desde el 84. Hay motivos para creer pero no debemos caer en la euforia desmedida que siempre consigue que seamos los más desgraciados del mundo.
Eso sí, si España juega como jugó anoche, con espacios, al toque rápido y vertical, y caemos ante Italia en cuartos, no habrá reproches. Porque habremos sido nosotros mismos y por una vez en la vida volveremos a casa con la moral alta. Por una vez. Ni robados ni desgraciados, simplemente perdedores en un juego en el que hay que ganar y hay que perder para saborearlo en toda su magnitud. El partido dejó todas las lecturas que uno pueda querer hacer, sin embargo me gustaría centrarme en los aspectos más negativos. Por un lado Marchena, por momento Marchenov, ya que su ineptitud para sacar el balón jugado se transformó en pases dificultosos a Casillas y en numerosos regalos de balón. Estuvo notable en defensa y al corte pero jamás hay que darle al balón a Marchena. Las transiciones defenas-mediocampo son lentísimas con él y corremos peligro de sufrir ante un equipo mejor que Rusia. Por otro lado hay que destacar el mediocre partido de Ramos, superado siempre por Zhirkov y Bilyaledtinov. Y finalmente, las jugadas a balón parado, donde sufrimos mucho más de lo debido. En definitiva, destacable juego y encomiable actitud, una actitud que suele llevar lejos. Eso sí, no debemos desatar la euforia ya que es una enfermedad como la peste, y corremos peligro de morir por el contagio.
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