Rusia 0 - 3 España
(Marca) El sueño ya es una realidad. Si hace un mes, cuando nos enganchábamos en estériles discusiones sobre los errores defensivos ante Perú y Estados Unidos, nuestra falta de punterías, las ausencias y demás cuestiones de Estado nos dicen que un día como hoy una orquesta española triunfaría en el país de la música, más de uno nos habría tachado de locos. Pero no, Luis, con sus defectos y virtudes, ha logrado algo que no se puede discutir: meternos en una final de la Eurocopa 24 años después. Y no sólo eso, lo ha hecho deslumbrando al Viejo Continente. Porque hay muchas maneras de entrar en una final. Alemania, nuestro rival, encarna la del resultado por encima de todo. Nosotros hemos apostado por el espectáculo y hemos obtenido igual premio. El domingo veremos qué propuesta sale triunfadora. Pero volvamos a la sinfonía española en Viena. España tomó pronto el mando del choque ante unos rusos que no querían repetir su desafinado concierto de la primera jornada. Aunque salieron con Arshavin como jefe de operaciones, la defensa española pronto demostró que no estaba dispuesta a dejar ni un espacio. Sergio Ramos, increíblemente recuperado, hizo un partido excepcional, subiendo y bajando por su banda y secando a la estrella rusa, que pasó desapercibida.Pero no todo podían ser buenas noticias y, además de no concretar el dominio en ocasiones, la desgracia se cebó en Villa. El goleador asturiano lanzó una falta desde veinticinco metros y su castigado cuádriceps no aguantó. Con lágrimas en los ojos el pichichi de la Eurocopa se retiró al banquillo, consciente de que se podía perder un momento histórico. Si algo bueno tiene este grupo es que le sobra calidad por arrobas. Así que en su lugar entró Cesc Fábregas, dispuesto a montar su show en el momento adecuado.
La pérdida del compañero pareció aturdir a los de Luis, que estuvieron a punto de complicarse la vida en tres minutos malditos, pero San Iker salvó con una palomita un disparo envenenado de Pavlyuchenko y el propio ruso echó fuera un control a bocajarro en el único error de colocación de Marchena. Superado el susto, España recuperó el pulso y llegó sin problemas al descanso. No sé qué les habría dicho Luis Aragonés en el vestuario a los suyos, pero se marcaron una segunda parte memorable, de ensueño, para enmarcar, inolvidable y todos los calificativos que se les puedan ocurrir. Iniesta sacó petróleo de un balón insulso, se perfiló y disparó desde el vértice izquierdo. Xavi, un auténtico prodigio, supo cruzarse por el centro del área y desvió el esférico por debajo de un sorprendido Akinfeev.
Los rusos quedaron tocados y Cesc Fábregas cogió la batuta. El catalán se sacó de la chistera una asistencia para Torres, que disparó rozando el larguero. El aluvión rojigualda se tradujo en oleadas de Sergio Ramos por la derecha que el 'Niño' no acertó a rematar a la red y eso que lo intentó hasta con la rodilla.
Aragonés decidió dar algo de aire a sus jugadores, aunque quizá agotó demasiado pronto los cambios. Pero todo estaba de cara y le salió redondo porque uno de los jugadores a los que dio entrada, el 'arquero' Güiza, sentenció el choque. Otra genialidad de Cesc, que tocó con maestría en la frontal un balón por encima de la zaga, dejó solo al bermellón ante Akinfeev, bajó el balón con el pecho y se la picó al portero de forma excepcional. La Roja siguió a lo suyo, deslumbrando a Europa con su toque excelso y así llegó el tercero. Otra vez Cesc, que hace fácil lo que para otros es un mundo, le puso un balón en bandeja a Silva y el canario encontró el premio a su gran torneo rematando raso y a placer el tercer tanto. Las lágrimas saltaron en los rostros de todos los españoles emocionados por la gesta que unos, los de las gradas, estaban viendo y otros, los del césped, están logrando. Sólo Alemania nos separa de nuestro sueño... Pero a esta orquesta ya no se le resiste ninguna partitura.
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