El último en hacerlo ha sido Gerardo Bruna. El argentino de nacimiento, residente en Fuerteventura desde los cuatro meses hasta que el Real Madrid decidió llevárselo de la isla, firmó el pasado mes de septiembre por el Liverpool: "Siempre me ha gustado la liga inglesa. Estando un día en la residencia del Madrid me avisaron de que me quería el Liverpool. Decidí irme y probar suerte allí".
Bruna tenía 16 años cuando hizo las maletas. Pero el traspaso más tempranero fue el de Alex. El portero jugaba en el Espanyol desde los 9 y tras dar un rendimiento espectacular le fichó el Barça, el eterno rival, a los 11. Aún era alevín: "Estoy agradecido al Espanyol, pero tuve la oportunidad de ir a un grande y no la desaproveché". El mismo camino llevó el central Oriol: "Desde los 9 estaba en el Espanyol, pero con 14 llegué al Barça. Me ofrecían mejores condiciones y la posibilidad de jugar en un club más importante. Siempre quedas marcado en tu anterior club".
Los dos delanteros del equipo también cambiaron de aires. A Rochina lo fichó el Barça procedente del Valencia a los 13 años: "Llevaba cuatro años allí, pero me convenció un ojeador culé". Su lugar en la delantera lo ocupó Sergi, que llegó del Mallorca dos años después, con 15: "Me vieron en la Nike Cup y les gusté".
El mercadeo de chavales no mueve los números millonarios de la élite, pero los clubes y los representantes se organizan bien para convencer a los padres de los jugadores para que éstos acepten sus propuestas. Suele ser la ilusión de los propios chicos y de sus progenitores lo que les hace dar el sí a las ofertas, que normalmente consisten en material deportivo por parte de los agentes y expectativas de crecimiento dentro de la entidad en lo que se refiere a los clubes. Según avanzan las promesas en edad, entran en juego los primeros contratos profesionales que en la mayoría de los casos acarrean alguna suma de dinero.
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