(As) Un enorme tifo en la grada de la Mar con el lema 'vendetta' ya hacia presagiar, minutos antes del pitido inicial, el desenlace de la película que ayer vivieron en Mestalla valencianistas e interistas. El fútbol, al igual que la vida, siempre da segundas y terceras oportunidades y ayer le tocó el turno al Valencia....Ciao Inter. A la tercera fue la vencida. Ahora, las heridas del pasado ya pueden cicatrizar. Se han saldado las cuentas y los de Quique siguen vivos en la Champions. El todopoderoso conjunto lombardo deberá ver la mejor competición del viejo continente desde la tele. Llegó con el cartel de favorito y se fue del coliseo valencianista compuesto y sin novia. Ése es el precio de la soberbia. Mancini vaticinó, sin ningún tipo de duda, que su equipo pasaría seguro, pero sus presagios se han quedado en agua de borrajas. Hay que ser más humilde amigo y, sobre todo, saber perder.
La tángana final, que empezaron Burdisso y Marchena, fue una clara muestra de que el Inter no digirió la eliminación en ningún momento. Un equipo que pertenece a la aristocracia europea no puede permitirse dar ese lamentable espectáculo. Los caballeros se ven en la derrotas, nunca en las victorias. No obstante, igual de penoso fue el puñetazo a traición que le dió David Navarro a Burdisso cuando los demás intentaban poner paz. El central del Puerto de Sagunto deberá reflexionar, ya que acabar partiendo la nariz de un rival al finalizar el choque es un gesto más propio de un macarra que de un jugador de fútbol.
La tángana final, que empezaron Burdisso y Marchena, fue una clara muestra de que el Inter no digirió la eliminación en ningún momento. Un equipo que pertenece a la aristocracia europea no puede permitirse dar ese lamentable espectáculo. Los caballeros se ven en la derrotas, nunca en las victorias. No obstante, igual de penoso fue el puñetazo a traición que le dió David Navarro a Burdisso cuando los demás intentaban poner paz. El central del Puerto de Sagunto deberá reflexionar, ya que acabar partiendo la nariz de un rival al finalizar el choque es un gesto más propio de un macarra que de un jugador de fútbol.
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