(As) "Estoy en una nube. Me quedo impresionado cuando veo a niños con la camiseta con el número '4' y con mi nombre", relata Guillermo Vallori, un central español que encarna una historia insólita en el Grasshopper.
Vallori ha pasado, en apenas unos meses, de jugar en Tercera División, a ser un jugador indiscutible en el clásico Grasshopper del fútbol suizo, con 121 años de antigüedad y 27 títulos en su vitrinas; de jugar en el modesto Municipal de Santa Eulalia, con 300 espectadores, al Hardturm Stadium, con 20.000 espectadores; de verse "condenado", con 25 años, a jugar el resto de su vida futbolística en Tercera, a que equipos como el AEK o el Deportivo se interesen por sus servicios; de utilizar dos míseras equipaciones con la Peña Deportiva, a que la marca Adidas le haga un contrato para que vista su ropa. Por todo esto y mucho más Vallori dice que "lo que me está pasando es muy heavy".
"El otro día, en un partido de dieciseisavos de Copa, tardamos media hora de ir desde el campo hasta los vestuarios porque hubo invasión de campo y la gente te pedía autógrafos y te pedían la camiseta. Muy fuerte porque no podíamos salir de ahí", explica entre risas. Para él casi todo son "nuevas sensaciones, porque antes vivía otro fútbol".
"El otro día, en un partido de dieciseisavos de Copa, tardamos media hora de ir desde el campo hasta los vestuarios porque hubo invasión de campo y la gente te pedía autógrafos y te pedían la camiseta. Muy fuerte porque no podíamos salir de ahí", explica entre risas. Para él casi todo son "nuevas sensaciones, porque antes vivía otro fútbol".
Guillermo no se podía imaginar que su vida diera tal vuelco: "¿Cómo llegué aquí? Gracias a un suizo que vivía en Mallorca y que me animó a que probara a través de mi representante. Cuando llegue estaba muy asustado". Hoy por hoy, Vallori es titular indiscutible y tiene un magnífico escaparate en Zúrich. Giovane Elber y Gunter Netzwer vistieron la camiseta de los saltamontes como él. ¿Podría ser como ellos? "Qué va", contesta. De momento, hace dos meses no le paraban por la calle para firmar autógrafos, ahora sí. Nada es imposible.
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